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domingo, 23 de janeiro de 2011

¿Por qué esos lirios que los hielos matan?

¿Por qué esos lirios que los hielos matan?
¿Por qué esas rosas a que agosta el sol?
¿Por qué esos pajarillos que sin vuelo
se mueren en plumón?

¿Por qué derrocha el cielo tantas vidas
que no son de otras nuevas eslabón?
¿Por qué fue dique de tu sangre pura
tu pobre corazón?

¿Por qué no se mezclaron nuestras sangres
del amor en la santa comunión?
¿Por qué tú y yo, Teresa de mi alma
no dimos granazón?

¿Por qué, Teresa, y para qué nacimos?
¿Por qué y para qué fuimos los dos?
¿Por qué y para qué es todo nada?
¿Por qué nos hizo Dios?


Miguel de Unamuno

¡Dime qué dices, mar!

Dime qué dices, mar, qué dices, dime!
Pero no me lo digas; tus cantares
son, con el coro de tus varios mares,
una voz sola que cantando gime.

Ese mero gemido nos redime
de la letra fatal, y sus pesares,
bajo el oleaje de nuestros azares,
el secreto secreto nos oprime.

La sinrazón de nuestra suerte abona,
calla la culpa y danos el castigo;
la vida al que nació no le perdona;

de esta enorme injusticia sé testigo,
que así mi canto con tu canto entona,
y no me digas lo que no te digo.



Miguel de Unamuno

En horas de insomnio

Me voy de aquí, no quiero más oírme;
de mi voz toda voz suéname a eco,
ya falta así de confesor, si peco
se me escapa el poder arrepentirme.

No hallo fuera de mí en que me afirme
nada de humano y me resulto hueco;
si esta cárcel por otra al fin no trueco
en mi vacío acabaré de hundirme.

Oh triste soledad, la del engaño
de creerse en humana compañía
moviéndose entre espejos, ermitaño.

He ido muriendo hasta llegar al día
en que espejo de espejos, soy me extraño
a mí mismo y descubro no vivía.


Miguel de Unamuno

terça-feira, 27 de abril de 2010

Pavana Impura:

1. Tu cabello en sus manos; arde en las manos del vigilante
de la nieve.

Son las cebadas, la siesta de las serpientes y tu cabello en el
pasado.

Abre tus ojos para que yo vea las cebadas blancas: tu cabeza
en las manos del vigilante de la nieve.

* * *

2. Todos los árboles se han puesto a gemir dentro de mi espíritu
al recordar tus bragas en la oscuridad, la luz debajo de tu piel,
tus pétalos vivientes.

Atravesando los aniversarios, a veces viajan las palomas ebrias.

Venga desnuda tu misericordia, ah paloma mortal, hija del
campo.

* * *

3. El mirlo en la incandescencia de tus labios se extingue.

Yo siento en ti grandes heridas y te desnudas en mis fuentes.

Se extingue el mirlo en las alcobas blancas donde soy ciego,
donde, algunas veces, suenan en ti grandes campanas.

* * *

4. Busco tu piel inconfesable, tu piel ungida por la tristeza de las
serpientes; distingo tus asuntos invisibles, el rastro frío del
corazón.

Hubiera visto tu cinta ensangrentada, tu llanto entre cristales
y no tu llaga amarilla,

pero mi sueño vive debajo de tus párpados.

* * *

5. La inexistencia es hueca como las máscaras y su visión es
lívida, pero tú oyes el grito de las madres del agua y acaricias
los ojos que vieron la inexistencia.

* * *

6. Nuestros cuerpos se comprenden cada vez más tristemente,
pero yo amo esta púrpura desolada.

Ah la flor negra de los dormitorios, ah las pastillas del amanecer.

* * *

7. Entra otra vez en las alcobas blancas.

Grandes son las jarras de la tristeza en las manos mortales.

Entra otra vez en las alcobas blancas.

* * *

8. Amor que duras en mis labios:

Hay una miel sin esperanza bajo las hélices y las sombras de las
grandes mujeres y en la agonía del verano baja como mercurio
hasta la llaga azul del corazón.

Amor que duras: llora entre mis piernas,

come la miel sin esperanza.

* * *

9. Ha venido tu lengua; está en mi boca

como una fruta en la melancolía.

Ten piedad en mi boca: liba, lame,

amor mío, la sombra.

* * *

10.Llegan los animales del silencio, pero debajo de tu piel arde la
amapola amarilla, la flor del mar ante los muros calcinados
por el viento y el llanto.

Es la impureza y la piedad, el alimento de los cuerpos
abandonados por la esperanza.

* * *

11. He envejecido dentro de tus ojos; eras la dulzura y el exterminio
y yo amé tu cuerpo en sus frutos nocturnos.

Tu inocencia es como un cuchillo delante de mi rostro,

pero tú pesas en mi corazón y, como una miel oscura, yo te
siento en mis labios al ir hacia la muerte.

* * *

12. Eres como la flor de los agonizantes

que es invisible mas su aroma entra

en la sombra nasal y es la delicia,

todo en la vida, durante algún tiempo.

* * *

13. En la humedad me amas

y eres azul en tus pezones. hablas

suavemente en mis labios y regresas

a tu prisión en la melancolía.

* * *

14. Tu cabello encanece entre mis manos y, como aguas silenciosas,
nos abandonan los recuerdos. siento la frialdad de la existencia
pero tu olor se extiende en las habitaciones y tu lascivia vive en
mi corazón y entra mi pensamiento en tus heridas.


* * *

15. Existe el mar en las ciudades blancas,

coágulos en el aire dulcemente sangriento,

sábanas en la serenidad.

Existen los perfumes inguinales, lenguas en las heridas femeninas

y el corazón está cansado.

Entra con tus campanas en mi casa, pastora ciega, sin embargo,

como si no tuviera la dulzura su fin aún en las ciudades blancas.



De "Libro del frío" 1992.
Antonio Gamoneda

sábado, 24 de abril de 2010

En soledad. No se siente

En soledad. No se siente
el mundo, que un muro sella;
la lámpara abre su huella
sobre el diván indolente.
Acogida está la frente
al regazo del hastío.
¿Qué ausencia, qué desvarío
a la belleza hizo ajena?
Tu juventud nula, en pena
el blanco papel vacío.


Luis Cernuda

A UN POETA MUERTO (F.G.L.)

Así como en la roca nunca vemos
La clara flor abrirse,
Entre un pueblo hosco y duro
No brilla hermosamente
El fresco y alto ornato de la vida.
Por esto te mataron, porque eras
Verdor en nuestra tierra árida
Y azul en nuestro oscuro aire.

Leve es la parte de la vida
Que como dioses rescatan los poetas.
El odio y destrucción perduran siempre
Sordamente en la entraña
Toda hiel sempiterna del español terrible,
Que acecha lo cimero
Con su piedra en la mano.

Triste sino nacer
Con algún don ilustre
Aquí, donde los hombres
En su miseria sólo saben
El insulto, la mofa, el recelo profundo
Ante aquel que ilumina las palabras opacas
Por el oculto fuego originario.

La sal de nuestro mundo eras,
Vivo estabas como un rayo de sol,
Y ya es tan sólo tu recuerdo
Quien yerra y pasa, acariciando
El muro de los cuerpos
Con el dejo de las adormideras
Que nuestros predecesores ingirieron
A orillas del olvido.

Si tu ángel acude a la memoria,
Sombras son estos hombres
Que aún palpitan tras las malezas de la tierra;
La muerte se diría
Más viva que la vida
Porque tú estás con ella,
Pasado el arco de tu vasto imperio,
Poblándola de pájaros y hojas
Con tu gracia y tu juventud incomparables.

Aquí la primavera luce ahora.
Mira los radiantes mancebos
Que vivo tanto amaste
Efímeros pasar junto al fulgor del mar.
Desnudos cuerpos bellos que se llevan
Tras de sí los deseos
Con su exquisita forma, y sólo encierran
Amargo zumo, que no alberga su espíritu
Un destello de amor ni de alto pensamiento.

Igual todo prosigue,
Como entonces, tan mágico,
Que parece imposible
La sombra en que has caído.
Mas un inmenso afán oculto advierte
Que su ignoto aguijón tan sólo puede
Aplacarse en nosotros con la muerte,
Como el afán del agua,
A quien no basta esculpirse en las olas,
Sino perderse anónima
En los limbos del mar.

Pero antes no sabías
La realidad más honda de este mundo:
El odio, el triste odio de los hombres,
Que en ti señalar quiso
Por el acero horrible su victoria,
Con tu angustia postrera
Bajo la luz tranquila de Granada,
Distante entre cipreses y laureles,
Y entre tus propias gentes
Y por las mismas manos
Que un día servilmente te halagaran.

Para el poeta la muerte es la victoria;
Un viento demoníaco le impulsa por la vida,
Y si una fuerza ciega
Sin comprensión de amor
Transforma por un crimen
A ti, cantor, en héroe,
Contempla en cambio, hermano,
Cómo entre la tristeza y el desdén
Un poder más magnánimo permite a tus amigos
En un rincón pudrirse libremente.

Tenga tu sombra paz,
Busque otros valles,
Un río donde del viento
Se lleve los sonidos entre juncos
Y lirios y el encanto
Tan viejo de las aguas elocuentes,
En donde el eco como la gloria humana ruede,
Como ella de remoto,
Ajeno como ella y tan estéril.

Halle tu gran afán enajenado
El puro amor de un dios adolescente
Entre el verdor de las rosas eternas;
Porque este ansia divina, perdida aquí en la tierra,
Tras de tanto dolor y dejamiento,
Con su propia grandeza nos advierte
De alguna mente creadora inmensa,
Que concibe al poeta cual lengua de su gloria
Y luego le consuela a través de la muerte.


Luis Cernuda
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