Perdóname el haberte retenido en la tierra.
Perdóname el no haber roto las raíces
que en mí hundió tu recuerdo.
Perdóname el haber conservado tus trenzas,
tus negras trenzas que en el fondo del baúl familiar
continuaron creciendo.
Perdóname los sueños en que agoté tu ternura.
Perdóname tus gestos, tu voz,
que prolongaron mis noches de insomnio.
Perdóname las voces con que te he llamado.
Perdóname las fiebres que al borde de mi lecho
te han reclamado.
Y por haberte envejecido, perdóname, madre.
Once años han pasado sobre el rostro
que conservo en mi memoria.
Cada pena le ha abierto una arruga,
le ha arrancado una lágrima.
Once años te he hecho vivir en mí
con dolorosa y cotidiana hondura.
Once años arrancados al silencio absoluto,
a las aguas definitivamente niveladas.
Once años que he retrasado tu amorosa
entrega a la muerte,
que te he condenado a velar mi sueño.
Hoy, que ya regreso de la vida,
que una helada quietud me va alejando
de todo lo que he sido,
vengo a decirte con once años de retraso: descansa en paz,
yo también voy a rendirme al silencio que tu invocaste.
Tristán Solarte
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